La vendimia de las mujeres iraníes en Francia, símbolo de "lucha" contra Teherán
Liberadas del velo, un grupo de mujeres iraníes continúa su revuelta contra Teherán vendimiando en Francia, con un objetivo en mente: "Luchamos con nuestras manos para mantener vivo nuestro vino".
En el suroeste de Francia, Marjan Jangjoo y otras compatriotas cosechan racimos de syrah, variedad de uva emblemática del valle del Ródano (sureste) pero que, según la leyenda, los cruzados trajeron de Persia.
"No nos detenemos, seguimos luchando. La lucha contra los mulás, contra la república islámica, continúa aquí de otra manera", dice Jangjoo, una entrenadora deportiva, con la cabeza descubierta pese a la lluvia.
Esta mujer de 32 años, que enseñaba yoga aéreo y snowboard cerca de Shiraz (suroeste de Irán), logró huir en noviembre de las fuerzas de seguridad que querían detenerla.
Tras varios meses de penoso viaje por montañas nevadas y sin ropa adecuada, esta experimentada senderista --parte de un grupo de alpinistas en el punto de mira de Teherán-- llegó a pie al Kurdistán iraquí.
Gracias a apoyos, el consulado francés en Erbil (norte de Irak) atendió a la mujer que participó hace un año en el movimiento de protesta por la muerte de Mahsa Amini y pudo llegar a Francia, donde solicitó el asilo.
Para su amiga Soodeh Lashkarizadeh, procedente de Países Bajos donde se refugió en 2018, los problemas con Teherán empezaron cuando retiró su hiyab para jugar al crícket.
"El régimen quiere destruir la felicidad, como la de bailar, practicar deporte o beber vino", denuncia la mujer de 33 años, actualmente estudiante y monitoria de natación.
- "Renacimiento" -
"En Irán, la represión apunta duramente a los deportistas porque la juventud popular se identifica con ellos y porque el deporte transmite valores", explica Chowra Makaremi, antropóloga en el Centro Nacional de Investigación Científica francés (CNRS).
Esta investigadora de origen iraní es un apoyo de Marjan Jangjoo, que vendimia, como el resto de iraníes, en la parcela que su hermano Masrour Makaremi tiene en el seno de los viñedos Dubard y donde busca resucitar el vino persa.
La futura cosecha bautizada Cyrhus, en referencia a Ciro el Grande, fundador del imperio persa, envejece en ánforas porosas de terracota, impermeabilizadas con una capa de resina natural de pistachero, inspirada en los métodos de vinificación usados hace 5.000 años.
Una parte del vino también se vertió en una ánfora postsasánida --la última dinastía imperial persa antes de la conquista árabo-islámica en el siglo VII--, que Masrour Makaremi compró en un remate.
"La aspiración de los iraníes a la libertad no es simplemente el resultado de una revuelta contra el régimen actual, sino que tiene raíces lejanas en la civilización persa", defiende este ortodoncista y doctor en neurociencia cognitiva.
En este "acto de resistencia unido al renacimiento de la cultura persa", cada gesto cuenta, sobre todo "las manos que vendimian", dice el hombre que produce 6.000 botellas al año.
Estas jóvenes libran "la misma batalla" que su madre, Fatemeh Zarei, una opositora política torturada y ejecutada durante la "matanza de las prisiones en 1988".
A su muerte, se exilió junto a su hermana en Francia, donde su padre, también opositor político, había encontrado refugio tras varios años clandestino.
Masrour Makaremi no ha olvidado sus "paseos con su abuela por los viñedos" cerca de Shiraz, su ciudad natal y cuna de una tradición vitivinícola milenaria. Y recuerda a su tío "elaborando a escondidas su vino de mesa".
Aunque las manifestaciones contra el régimen en Irán pierden fuelle tras meses de represión, aún mantiene la esperanza de volver a plantar algún día viñas en su tierra natal: "O serán mis hijos los que continúen esta aventura".
U.Smith--HHA