Chancletas abandonadas en las playas se convierten en arte en Kenia
Enredadas en las algas, enterradas en la arenas, arrojadas a las rocas, las chancletas ensucian las playas de Kenia, arrastradas por el reflujo de las olas desde el otro lado del planeta.
Esas sandalias ligeras y baratas son populares en todo el mundo pero contaminan, como muchos otros desechos plásticos, los océanos y las playas de arena fina como las de Kilifi, en la costa sur de Kenia, bañada por el Océano Índico.
"Ricos, pobres, todo el mundo tiene un par", apunta Lillian Mulupi, de la empresa keniana Ocean Sole, que transforma las ojotas abandonadas y otros restos plásticos en esculturas coloridas o juguetes para niños. "Como son tan baratas, cuando un par está muy gastado lo tiras y compras otro nuevo. Por eso se encuentran muchas en nuestras playas", detalla.
La plaga creciente de desechos plásticos estará en el centro de las negociaciones que buscan concluir un tratado internacional sobre el plástico, que comenzarán el 28 de febrero durante una cumbre de la ONU en Nairobi.
Allí, se instará a los gobiernos a que acuerden un marco para reducir la contaminación plástica "desde su origen hasta el océano", así como a que desarrollen las técnicas de reciclado ya existentes.
Se encontró plástico en el más microscópico plancton y en el vientre de las ballenas. Menos del 10% del plástico se recicla, y la mayoría satura vertederos y océanos.
Desde "la más profunda falla oceánica hasta el Ártico, encontramos plástico. Es para llorar", dijo esta semana en una entrevista de la AFP Inger Andersen, directora ejecutiva del PNUMA, el programa de la ONU dedicado al medio ambiente.
- Obras Maestras -
Este peligro ecológico es plenamente visible en Kilifi, donde los voluntarios recogen regularmente en las playas kenianas enormes cantidades de chanclas, tapones de botella, cepillos de dientes o envoltorios de caramelos.
"Podemos recoger hasta una tonelada en (una distancia de) 2 kilómetros", explica Mulupi, durante una de esas operaciones de limpieza, que reunió a mediados de febrero a una veintena de voluntarios.
Bajo un árbol, grandes bolsas llenas de basura se clasifican por categoría. Los plásticos duros y las botellas se venderán a recicladores, mientras que las chanclas -principalmente hechas de espuma y otros plásticos que imitan el caucho- son compradas por Ocean Sole, que remunera así a los voluntarios.
Enviadas a un taller en Nairobi, las ojotas son limpiadas minuciosamente y luego se pegan para formar placas multicolores. Decenas de artesanos, a menudo antiguos carpinteros, las esculpen con maestría en diversos objetos, entre ellos figuras de animales, pequeños o grandes, que encuentran compradores principalmente en el extranjero.
Para las piezas más grandes, como elefantes o jirafas de unos dos metros -vendidos varios cientos de dólares-, se utiliza también el poliestireno extraído de viejos refrigeradores.
"Nuestras obras maestras pueden necesitar unas 2.000 chancletas", afirma el director de producción, Jonathan Lenato.
Las ojotas no provienen solo de las playas, sino también de los ríos y las alcantarillas de los barrios marginales de Nairobi, una de las capitales africanas más dinámicas y que se enfrenta a un enorme déficit de vertederos.
"Recibimos alrededor de 1,2 toneladas por semana", explica Lenato. En total, Ocean Sole afirma reciclar entre 750.000 y un millón de chanclas al año, y haber creado un centenar de empleos a tiempo completo.
H.Eggers--HHA