Con guerra o sin ella, las familias ucranianas vuelven a casa
En la nevada estación de tren de Przemysl, en la frontera entre Polonia y Ucrania, Olga Korotkova espera entre decenas de familias. Se está preparando para volver a su país, a pesar de la guerra.
La estación de ferrocarril polaca está ahora mucho más vacía que hace unas semanas, cuando decenas de miles de mujeres y niños ucranianos acudían allí cada día para huir de la invasión de las fuerzas rusas, que comenzó el 24 de febrero.
En los andenes casi vacíos, voluntarios con chalecos amarillos ayudan a unas pocas familias a subir su equipaje a los trenes que se dirigen al oeste, hacia el interior de Polonia.
Sin embargo, junto al tablón de salidas de la sala de espera, algunos buscan los trenes que se dirigen al este, hacia la Ucrania devastada por la guerra, y que llevan a ciudades como Leópolis, Odesa o Kiev.
Olga, su marido Slava y su hijo Dmitri, de diez años, que celebrará su cumpleaños la próxima semana, esperan volver a Mikolaiv, una ciudad del sur de Ucrania bajo el fuego del ejército ruso.
"Cuando estalló la guerra, estábamos en Egipto", de vacaciones en Marsa Alam, cuenta Olga, "y luego nos trasladaron a Polonia".
Más de cuatro millones de ucranianos han huido de su país desde el comienzo de la guerra, en su mayoría a la vecina Polonia, según Naciones Unidas.
Pero más de medio millón de personas también han hecho el viaje en la dirección opuesta, según las autoridades ucranianas, hacia la relativa seguridad de la ciudad de Leópolis, en el este, o hacia la línea del frente.
Solo en la última semana han regresado unas 88.000 personas.
- "Quiero ir a casa" -
Sentada en un banco, una mujer con un gorro de lana de color turquesa revela que tiene la intención de subir al tren de las 22h35 con destino a la capital, Kiev, de cuyas afueras se retiraron recientemente las tropas rusas, dejando tras de sí ruinas y cadáveres.
Aunque está agradecida a Polonia por su hospitalidad, echa de menos a su gato y a su perro, que dejó con unos amigos.
En el andén de los trenes con destino a Varsovia, la capital polaca, cuatro personas de una familia se unen en un último y desesperado abrazo.
Dos niños y una anciana suben al tren, pero una joven con un abrigo plateado se queda sola. Entre lágrimas, arrastra su maleta hasta el final del andén y se detiene para ver cómo se alejan lentamente los vagones.
Unas horas más tarde, se une a la cola de docenas de personas que se dirigen al tren que lleva a Leópolis. Para tomarlo hay que cruzar una puerta que reza "prohibido el paso".
En el tren, que viaja de noche hacia la frontera ucraniana, los controladores pasan de un compartimento a otro para comprobar los pasaportes.
Casi a medianoche, cuando el toque de queda nocturno lleva mucho tiempo en vigor, el tren se detiene al fin bajo la cúpula de cristal de la estación de Leópolis.
La gente se pone los abrigos para combatir el frío y llevan sus innumerables pertenencias por el pasillo para salir rápidamente de la estación.
Una joven madre, Uliana, acompañada de su hija pequeña espera poder volver a Yitómir, una ciudad más al este. "En Polonia estuvo bien, pero quiero volver a casa", dice.
F.Fischer--HHA