Evacuaciones bajo las bombas en el este de Ucrania
Un proyectil estalla en la distancia y varios edificios se consumen por las llamas. Pero sentada susurrando a un gato en su regazo, una anciana con sombrero aguarda un autobús que la lleve lejos de Severodonetsk, en el este de Ucrania.
"No quería marcharme, pero ves todos los bombardeos", dice la mujer, que trata de calmar al asustado animal. "Ahora estamos sin casa", añade.
Ella es una de las docenas de personas mayores que hicieron maletas y prepararon a sus queridas mascotas para seguir el llamado oficial de abandonar el este de Ucrania.
Desde que Rusia se retiró del norte del país y señaló su intención de centrarse en la "liberación" del Donbás, en el este, los residentes han vivido en el miedo de un asalto a gran escala.
"Los próximos días son tal vez la última oportunidad de salir", dijo el jueves Serguii Gaidai, gobernador de la región de Lugansk, en el Donbás.
En Severodonetsk, un antiguo bus escolar y otro de un club de fútbol han estado transportando residentes hasta una pequeña estación ferroviaria a 10 kilómetros de la ciudad. Allí, con la ayuda de voluntarios, viajan hasta Sloviansk, a unos 60 km, para que tomen otro tren para continuar su trayecto al oeste.
Unas 50 personas están reunidas en los bancos frente al Palacio de la Cultura de la ciudad, una peculiar mezcla entre cubismo soviético y templo griego. La imponente estructura amarilla está intacta, pero algunos de sus cristales han saltado por los aires.
No lejos de allí, algunos bloques de viviendas de los años 1960 han resultado dañados por metralla o directamente agujereados por misiles. Una bonita tienda en la esquina está en ruinas.
"Mira lo que han hecho los cohetes, los apartamentos arruinados en todo tu alrededor", dice una mujer mayor apretando su bolso contra el pecho.
"Hemos estado viviendo en el sótano durante más de un mes. No tengo más gas, electricidad o agua. Es imposible quedarse en casa", añade.
- Antigua joya minera -
Denis, un hombre en la cuarentena con rostro pálido y demacrado, asegura que la vida en esa ciudad bajo constantes bombardeos rusos se ha vuelto insoportable.
"Cada día es peor y peor. Nos llueven (bombas) de todos lados. No puedo aguantarlo más", asegura. "Todavía podemos encontrar un poco de pan por la mañana en la tienda. Los voluntarios y el ejército nos dan comida", añade.
Denis teme que su ciudad termine como Mariúpol, un puerto estratégico en el sur que ha sido devastado por semanas de asedio ruso.
"Quiero escapar de este infierno", afirma, aunque todavía no sabe hacia dónde. "Pensaré en ello cuando no haya más bombas cayendo a mi alrededor".
"¿Por qué esta guerra?", se pregunta un hombre, claramente intoxicado. "Shhh", sisea su mujer, con su cara tan irritada como la de su marido.
"Tenemos miedo de esperar aquí, al aire libre", dice Denis con cara preocupada.
Antaño la joya de la región minera del Donbás y escaparate del comunismo soviético, Severodonetsk, con unos 100.000 habitantes antes de la guerra, es ahora una ciudad gris, con fábricas cerradas de hace tiempo y atacadas por misiles rusos.
Cuando llega el autobús, los vecinos se acumulan en su puerta, maletas en mano. "No dejaremos a nadie atrás, no se preocupen", dice el conductor.
Las mujeres y los niños habían sido evacuados en el bus anterior.
En las calles todavía se dejan ver algunos civiles, señal de que algunos vecinos han decidido quedarse en la ciudad.
"Me quedo. Todavía tengo gas y electricidad en casa", dice un hombre mayor, tranquilo, que carga una bolsa con alimentos. Como antiguo "sargento a bordo de un submarino nuclear", asegura no tener miedo.
Una furgoneta llega para llevarse a los últimos evacuados. "Es peligroso quedarse, es peligroso andar, es peligroso conducir", asegura el conductor, que intenta acelerar el proceso. "¡Todo es peligroso aquí!"
De cuclillas en los edificios de alrededor, los soldados ucranianos refuerzan sus posiciones y se preparan para la lucha en esas calles.
Una serie de fuertes detonaciones se escuchan no lejos de allí. Los ucranianos responden con fuego de artillería. El respiro en el centro de la ciudad se ha terminado. Los rusos van a responder. Es tiempo de marchar.
E.Bekendorp--HHA