Los rusos de la frontera con Ucrania, ajenos a la escalada, siguen con su vida
La frontera rusa con Ucrania, escenario de una importante crisis geopolítica, está a prácticamente dos pasos, pero las tensiones no han disuadido a Artiom Ivanov de levantarse al amanecer para ir a pescar, como ha hecho siempre.
"¿Una guerra?", comenta sorprendido este obrero de 34 años, enfundado en una parka azul, dándole vueltas al sedal sobre un pequeño agujero abierto en las aguas heladas del Seversky Donets, un río transfronterizo, en el pueblo de Maslova Pristan, en el suroeste de Rusia.
"Si verdaderamente se estuviera preparando una guerra, estaría bruñendo mi rifle automático y no pescando", dice, sonriendo, mientras una de las dos percas que ha pescado ("para mi gato") se retuerce a sus pies.
Como él, la mayoría de los habitantes de esta área fronteriza con los que ha hablado la AFP afirman que no creen que un nuevo conflicto vaya a estallar, pese a la escalada de tensiones entre Moscú y Kiev, a quien apoyan los occidentales.
Según ellos, el despliegue de decenas de miles de soldados y de tanques rusos en la frontera ucraniana no es ningún indicio de que Rusia quiera invadir a su vecino, como teme Estados Unidos.
"En nuestras tierras, hacemos lo que queremos. ¿Tenemos que pedirle permiso al vecino cuando queremos hacer obras en nuestro jardín?", suelta Serguéi Yaroslavtsev, haciéndose eco de la retórica del Kremlin.
"De todas formas, Rusia nunca inicia las hostilidades", sostiene el hombre, de 56 años y trabajador de la industria del gas, mientras pesca un poco más allá.
- "Obligación de intervenir" -
De hecho, lejos de los tensos intercambios diplomáticos entre Moscú y Washington, que se culpan mutuamente de las tiranteces en torno a Ucrania, esta región fronteriza parece tranquila.
Las llanuras nevadas barridas por la nieve se extienden hasta donde alcanza la vista, salpicadas aquí y allá de árboles desnudos o de sistemas de riego, apagados.
De conflictos, esta región, que durante siglos fue un paso fortificado del imperio ruso, sabe algo: casi todos los pueblos cuentan con su memorial para los soldados caídos desde la Segunda Guerra Mundial, o con tanques y cañones alineados en las plazas públicas, como ocurre en la ciudad fronteriza de Shebekino.
Junto a unos columpios, un cartel insta a los jóvenes a enrolarse en el cuerpo de paracaidistas.
Un poco más allá, Nadezhda Dolia, una jubilada de 65 años, se santigua delante de una iglesia y luego se pone a echar pestes de las autoridades ucranianas, a las que acusa de "matar a niños, madres y ancianos" en las zonas separatistas prorrusas del este de Ucrania.
En Moscú cada vez se escuchan más voces pidiendo que se entreguen armas a los separatistas, y Dolia considera que Rusia debería intervenir para ayudarles.
"Si Rusia no interviene, ellos [los ucranianos] pueden erradicarlos de la faz de la Tierra. ¿Qué otro [a parte de los rusos] puede ayudarles?", comenta, repitiendo un discurso muy manido de la televisión rusa.
Si las fuerzas de Kiev lanzan una ofensiva contra los separatistas del Donbás, Moscú tendría "la obligación de intervenir", añade por su parte Yaroslavtsev, uno de los dos pescadores.
- Temor a las sanciones -
Sin embargo, algunos habitantes confiesan estar preocupados ante la posibilidad de que Occidente imponga nuevas sanciones si Rusia interviene en Ucrania.
Ilia Ignatiev, un estudiante de Medicina de 24 años, teme que las cosas se le compliquen para viajar o que su nivel de vida se resienta.
Las sanciones impuestas a Rusia desde la anexión de la península ucraniana de Crimea, en 2014, "ya lo han demostrado: lo hacen todo más difícil", declara a la AFP.
"Esto podría tener un impacto en los precios de los alimentos, en la vida diaria, en la vivienda", enumera mientras retiene a su perro, que estira de la correa.
En el río helado, el pescador Artiom Ivanov cree que ahora "todo está en manos de Dios".
"No necesitamos más tierras", dice. Pero "si ellos [los ucranianos] atacan, por supuesto que pelearemos".
E.Bekendorp--HHA