Hamburger Anzeiger - La lucha diaria por sobrevivir en la devastada Mariúpol

La lucha diaria por sobrevivir en la devastada Mariúpol
La lucha diaria por sobrevivir en la devastada Mariúpol / Foto: Andrey BORODULIN - AFP

La lucha diaria por sobrevivir en la devastada Mariúpol

En otra vida, hace apenas 10 semanas, Inna era peluquera. Ahora pasa sus días buscando comida y agua, en una lucha por sobrevivir en la ciudad ucraniana de Mariúpol bajo ocupación rusa.

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"Corres a buscar agua a un punto de distribución. Luego, a donde reparten pan. Luego haces fila para conseguir raciones", cuenta la mujer de 50 años. "Corres todo el tiempo".

Después de semanas de asedio, el ejército ruso y las fuerzas separatistas prorrusas tomaron a mediados de abril el control casi total de Mariúpol, ciudad portuaria a orillas del mar Azov, en el sudeste de Ucrania.

La ciudad está más calma, observaron periodistas de AFP en una visita de prensa organizada por las fuerzas rusas, aparte del sordo estruendo de las explosiones procedentes de la planta siderúrgica de Azovstal, el último reducto de las fuerzas ucranianas.

Después de vivir durante semanas en refugios subterráneos o encerrada en su casa, los habitantes de Mariúpol descubren al salir que su otrora vibrante ciudad quedó devastada.

En un distrito oriental, ninguno de los edificios de apartamentos de la era soviética quedó intacto. Sus fachadas están quemadas y las ventanas rotas por los bombardeos. Otros han colapsado por completo.

Las tiendas fueron saqueadas y se observan varias tumbas recién cavadas en un callejón que discurre en medio de un bulevar.

No hay servicio de agua, electricidad, gas, red de telefonía móvil ni internet. La vida cotidiana está dominada por la búsqueda de los bienes más esenciales.

El día en que AFP estuvo en la ciudad, las autoridades separatistas organizaron la distribución de ayuda al frente de los muros perforados y ventanas rotas de una escuela local.

- "No vivimos, sobrevivimos" -

Unas 200 personas se agolpan detrás de un camión militar mientras voluntarios entregan paquetes de alimentos con pasta, aceite y conservas, marcados con la letra "Z" que simboliza el apoyo a la campaña militar rusa en Ucrania. Cerca de allí, dos camiones cisterna reparten agua potable.

Un anciano empuja un cochecito desvencijado lleno hasta el tope de latas y paquetes.

Los pobladores se congregan al frente de un edificio donde estufas a gas calientan ollas y teteras. A su lado hay ropa remojada en dos barriles azules convertidos en lavadoras improvisadas.

"Nosotros no vivimos, sobrevivimos", dice Irina, una diseñadora de juegos de video de 30 años con un pequeño yorkshire terrier asomado en su mochila.

Muchos residentes de la ciudad, de unos 450.000 habitantes antes del conflicto, huyeron ante el avance de las fuerzas rusas.

No está claro cuántos permanecen, pero quienes quedaron atrás no tienen mayores esperanzas de salir.

"Me gustaría irme, ¿pero a dónde?", preguntó Kristina Burdiuk, una farmacéutica de 25 años con dos niñas pequeñas, cada una abrazando una hogaza de pan.

"No queda nada" en Ucrania, dice, y "ya son tantos" los ucranianos en Polonia. Rusia simplemente no es una opción, asegura.

Burdiuk cuenta que vio coches perforados de balas que trasladaban familias que intentaban huir de la ciudad al inicio del asedio. No sabe quién les disparó.

Así que prefiere permanecer en Mariúpol con su esposo, su madre y su abuela y aceptar el trabajo pagado en rublos que le ofrecen las nuevas autoridades.

"Estoy dispuesta a hacer lo que sea", afirma resignada.

- Enojo y frustración -

Irina, la diseñadora de juegos de video, dice que no puede trabajar sin internet o líneas telefónicas y, para peor, no puede contactar a sus seres queridos fuera de la ciudad.

Le preocupa su hermana gemela quien, según supo, se encuentra en Kiev.

Su única fuente de información es un canal prorruso que escucha en la radio a pilas de un vecino, o los rumores en el barrio.

La ausencia de noticias confiables y la incertidumbre han dejado a la ciudad cargada de enojo y frustración.

Durante la distribución de ayuda, una mujer de unos 60 años cuestiona a un oficial y pronto se forma un grupo a su alrededor.

"¿Cuándo recibiremos nuestras pensiones? ¿Cuándo reabrirán las escuelas? ¿Y las tiendas?", preguntan.

"Estamos haciendo lo posible", responde el oficial vestido en traje de camuflaje. "La prioridad es la seguridad y la limpieza", agrega.

Pese a la presencia de varios soldados armados, un joven explota: "les estamos haciendo preguntas concretas, ¡dennos respuestas concretas!".

Al prepararse para volver a casa con agua y comida, Irina quiere creer que "lo peor ya pasó".

Ella espera poder "aguantar algunas semanas, algunos meses, hasta que la situación mejore".

En especial, quiere que se restauren las comunicaciones para contactar a su gemela.

"Quiero decirle 'estoy viva, tu hermana está viva'", explica.

U.Smith--HHA